Era una casa bonita. Tenía una valla de pizarra alrededor. La fachada de piedra contrastaba con el verde irreal de la hiedra que la abrazaba. Bajo un arco desgastado por el tiempo estaba la puerta, custodiada por dos ortensias preñadas de flores. Colgando de la vieja madera esperaba una aldaba en forma de concha, miré alrededor pero no encontré el timbre. Acaricié aquella vieira oxidada y entonces la puerta se abrió lentamente. Dentro todo estaba en penumbra, eso acentuaba la invitación. Dí un paso hacia el interior y en ese instante comenzó mi camino.
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